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¡Vivan Los Novios!

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Una boda me llevó de vuelta a San Miguel de Allende hace unas semanas. Los matrimonios se han convertido en una industria en esta comunidad que UNESCO nombró Patrimonio de la Humanidad: San Miguel, que se está beneficiando de la tendencia de destinos nupciales. Esto es comprensible. Es mucho mejor un altar en una capilla colonial que la ceremonia en una playa por el Caribe. Los ojos de los invitados deben estar en la novia, no en una guapa niña en bikini.

Entre los asentamientos coloniales de esta espléndida tierra, San Miguel era muy apreciado, incluso antes de que los lectores de la revista Travel and Leisure la reconocieran como una de las ciudades más atractivas del mundo. Lugar del nacimiento de Ignacio Allende, se convirtió en un favorito de los turistas cuando academias locales comenzaron a atraer a los veteranos estadounidenses de la Segunda Guerra Mundial que han recibido becas de su gobierno en agradecimiento por sus servicios. Los papás de estos jóvenes vinieron a visitarlos, les gustaron los precios bajos y regresaban. Muchos finalmente se retiraron allí, aunque los precios comenzaron a subir, pero más jubilados llegaron, incluyendo los veteranos mismos. Y ahora dicen que personas de 63 países viven en San Miguel de Allende. No es sorprendente que los viajeros mexicanos han llegado a ver que estaba pasando y ellos también han regresado.

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Si no vas en auto, casi la única forma de llegar a San Miguel es en autobús. El aeropuerto más cercano está a unas dos horas de distancia. Con un coche vas a descubrir que el tráfico es tan difícil como en la Ciudad de México, las calles de San Miguel que dan vueltas y más vueltas, giran y cambian sus nombres y no hay lugar para estacionar.

Con el autobús el desafío está en la compra de boletos. Con el Internet no parecía haber ninguna manera de hacer preguntas por teléfono, nada más oímos mensajes pidiéndonos ser pacientes. Y al fin descubrimos que Oxxo vende boletos de autobús y viajamos en el de lujo. Ni los jets privados son tan cómodos como los autobuses del siglo XXI. Nuestro viaje duró cerca de cuatro horas, más de una hora para llegar a la Terminal del Norte. Abordo del autobús se pueden ver películas, aunque en mi caso me llevé un libro grabado para que pudiera ver el paisaje.

Por frugalidad, reservamos cuartos en la boutique Casa Linda, que resultó ser uno de los más agradables posadas que me he encontrado. Tal vez lo que esperaba fue poco y fui recompensado con mucho: una habitación grandiosa (llamada una suite junior), una cama cómoda, televisión de pantalla grande (no es que viaje para ver televisión), un dispositivo de control remoto electrónico que controla la temperatura interior y, más importante, el personal muy atento. Mi única queja era el escalón que separa el dormitorio del cuarto de baño. Ya que olvidarse de él podría provocar una caída y romperme una pierna. Y la alberca tiene poco de atractivo.

Se supone que hay 2 mil 400 habitaciones en San Miguel, la mayor parte en pensiones boutique. Pero lo que me gusta de las pequeñas posadas es como se puede convivir con los empleados. El Rosewood y el Matilda son los hoteles más nuevos en San Miguel, mientras que Sierra Nevada y Puertecita son viejos favoritos, pero la Casa Linda para mí esta vez fue más accesible, muy cerca del Jardín Central y la iglesia donde los novios formalmente se unirían.

Comimos chiles en nogada (todavía era la temporada) en el Restaurante Bugambilia, un clásico de San Miguel fundado hace 70 años, ahora dentro de la Casa Linda, pero como un establecimiento separado. Volvimos después de la fiesta de bodas (que duró hasta después de la medianoche) y un desayuno con los novios a la mañana siguiente en la Casa del Parque. No hubo tiempo para probar los muchos, muchos otros lugares para comer en la ciudad. Comer, beber, ir de compras y sentarse en el Jardín y simplemente relajarse es de lo que San Miguel se trata. Siempre me da tristeza el salir, deseando siempre el poder quedarme por más.

Casi dos tercios de los huéspedes que llegan a un hotel en San Miguel Allende fijan algún lugar de México como su domicilio. En cualquier otro lugar, esto no sería noticia, pero San Miguel de Allende tiene una reputación de ser algo como un ghetto gringo, un lugar en que los ya entrados en años baby boomers estadounidenses vienen a morir. Posiblemente sí, pero también parecen que ellos tendrán la intención de vivir muy bien durante sus últimos años y esto hace que la antigua ciudad ahora sea atractiva también para los chilangos, tapatíos y jarochos.

En serio. San Miguel tiene hoteles operados por dos de las cadenas más sibaritas del mundo. Epicúreos que rehúyen de las cadenas buscan esconderse en hoteles boutique de lujo. Hay muchos y más que abren cada año.
Lugares especiales para quedarse y lugares especiales para comer son los que traen a los findesemaneros a San Miguel de Allende. Alimentos orgánicos (como si hubiera otra especie) son muy apreciados por el momento.

Incluso el desayuno en San Miguel puede ser un ritual, con los conocedores susurrando entre sí acerca de qué lugar sirve el mejor café de Coatepec con sus churros. Más adelante en el día, las recomendaciones pueden centrarse sobre martinis o, sobre todo ahora, donde se puede encontrar un mezcal. Algunos chefs locales tienen un público que una estrella de rock envidiaría. Sus restaurantes funcionan casi como los clubes. En un fin de semana puede ser necesaria una recomendación para obtener una mesa.

Algunas personas quieren hacer más que dormir, comer y beber en su fin de semana. Por ellos, San Miguel tiene un campo de golf, a pesar de que sólo cuenta con nueve hoyos y no es precisamente barato. Shopping es un pasatiempo favorito. Aquí nos encontramos con la barrera del idioma, como shopping no es lo mismo que ir de compras. Hay elegantes boutiques. En mi última visita, conté algo así como 20 galerías de arte (claro, mucho depende de tu definición de arte).


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