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La vida y las experiencias, ese gran viaje de súper lujo Por Pedro Berruecos

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Yo no sé ustedes, pero yo soy de esos a los que la pandemia sí les pegó, entre la distancia social y el encierro en casa. Eso de ver paisajes entrañables a través de la pantalla, me hizo darme cuenta de la importancia de respirar otros aires, conocer personas, culturas y maneras de ver y entender la vida.

Noticias como “La NASA descubre que hoy la tierra es más verde que hace 20 años”, “Regeneración de especies por inactividad humana” y otras del estilo, me invitan a dejar de perder el tiempo postrado y a vivir la vida… en vivo, valga la redundancia; verla a través de mis propios ojos, no de los ajenos o de las pantallas; sentir cómo se deslizan los pies en la arena de un desierto, el frío de un amanecer en la montaña, la emoción de una exhalación de los volcanes, el cansancio tras una larga caminata, el contacto, en fín, con la naturaleza de la que somos parte pero que, por soberbia y franca incompetencia, hemos dado por sentada.

Y entonces, mi concepto del viaje de lujo da un giro de 180°. Ya no se trata de lo costoso pero eficiente, sino lo entrañable, irrepetible… memorable.

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Algunos piensan que la travesía perfecta es aquella en la que no se presenta contratiempo alguno, en la que todo funciona como reloj. Otros, estamos convencidos que, como dijera Neil Peart, “las aventuras son horribles mientras las estamos viviendo”, aunque también “la emoción se encuentra a lo largo del camino”.

Y, así, decidimos dejar atrás la abultada cartera, la tarjeta gold, el zapato y la ropa de marca, para enfundarnos en lo que verdaderamente nos acomoda, en la travesía de nuestros sueños, aquella de la que regresaremos adoloridos, empolvados, rendidos, desvelados o desmañanados y hasta hambrientos, pero absolutamente felices.

Porque, como decían nuestros abuelos, “al final, lo único que te vas a llevar son las vivencias de la vida que elegiste vivir, disfrutar y enriquecer”. Ni todas tus cuentas bancarias, ni tus casas de lujo, ni tus súper autos. ¡Nada!

Experiencias, entendidas éstas como el lujo de la Nueva Realidad.

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Algunos deciden hacer peregrinajes místicos o religiosos. Otros eligen el road trip que siempre soñaron; unos más optan por el filanturismo o el ecoturismo. A los primeros, quizá les salgan llagas en los pies; a los segundos se les descompondrá el auto o ponchará una llanta. Los terceros se verán conmovidos por las condiciones de personas menos favorecidas y los últimos quizá sientan en carne propia el dolor de la depredación que, como especie, hemos provocado en muchos sitios.

Pero el valor de todo esto se encontrará en la capacidad para resolver esas situaciones adversas, para demostrar empatía, resiliencia y voluntad por ser parte de algo más grande que nosotros mismos y que, sin embargo, reclama participación y compromiso.

Esto comienza por la acción más simple: permitirse a uno mismo desconectarse por unos días; dejar atrás el celular, tablet o laptop. Por experiencia propia, al principio cuesta trabajo, pero al tercer día empieza uno a sentir cómo se recupera la libertad, se elimina la ansiedad y el sentido de urgencia e inmediatez.

Y empiezas a mirar con tus propios ojos, la mejor cámara del mundo, y a registrar con la mente, el mejor disco duro del mundo, y a sentir con el corazón, la mejor app del mundo.

Y te das cuenta que no necesitas hacer selfies, porque ya volverás a rememorar este recuerdo y a contagiar la emoción extraordinaria que te habías olvidado que podías sentir; como la de ver un cielo escandalosamente estrellado, un amanecer o una puesta de sol de antología.

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En esta maravillosa industria en la que tenemos el privilegio de colaborar —la de la hospitalidad, la sin chimeneas— existe también la responsabilidad de transmitir narrativas que emocionen, que contagien, enamoren y motiven a los viajeros de la Nueva Realidad. Recordarles esos tiempos en los que bastaba tomar las llaves del auto, los lentes oscuros y la cartera, para “agarrar camino”, abrir la ventana y hacer “avioncitos” con la mano, hasta llegar al mirador en que te estacionarás para aplaudirle al sol al ponerse. Recordar aquellos tiempos en los que tenías que bajarle al radio, para asegurarte que ibas en el camino correcto, sin tener que escuchar esa molesta voz del GPS. Recordar, por supuesto, que a veces también es increíble perderse… para encontrarse; desconectarse para reconectarse; desafiarse para divertirse… tener bien presente aquello que decía Joan Manuel Serrat “Sólo vale la pena vivir para vivir/ Y hacer tuyo el camino/ Que tuyas son las botas/ Que una sonrisa pueda dar a luz tu boca/ Abrázate a los vientos y cabalga  los montes/ Que no acabe el paisaje con el horizonte/ Que el sol sólo es el sol si brilla en ti/ La lluvia sólo la lluvia si te moja al caer…”. Vivir en serio… hacer de la vida un viaje, ese gran lujo de la Nueva Realidad.

Pedro Berruecos

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Es Acount Manager en CWW.

Desde siempre mostró inclinación por la narrativa y la fotografía. Indudablemente sus grandes pasiones.

En 2014 tiene su primer contacto con la industria turística, al colaborar en la Secretaría de Turismo de la ciudad de Puebla, manejando el área de Relaciones Públicas.

Es un hombre profundamente sensible y de gran talento.


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