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Un tesoro en la Sierra Madre

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Si la razón principal para que viajes es descubrir un nuevo escenario para tu próxima novela o guión ¿y para qué otra cosa saldría alguien de casa? entonces apúrate a ir al pueblo mágico de Álamos en la lejana Sonora. En Álamos tomará forma tu obra maestra. Los lugareños dicen que B. Traven escribió en Álamos su “Tesoro de la Sierra Madre”. Ahora tienes la oportunidad de crear gran literatura.

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Durante algún tiempo Álamos fue la capital no sólo de Sonora, sino también de Sinaloa, Arizona y Nuevo México. Piensa en San Miguel de Allende hace una o dos generaciones. Caminar por las estrechas calles que no han cambiado es sentirte devuelto al siglo XVIII, cuando Álamos figuraba entre las ciudades más ricas del mundo y una de las más importantes de todo México. Construcciones de una antigüedad de siglos bordean callejuelas empedradas. Una vieja capilla domina la idílica plaza. Las cámaras están listas para rodar.

Llegar a Álamos con todo ese equipo podría ser todo un desafío, pero deja esa tribulación a la gente de producción. En cuanto a tu propia excursión, vuela hasta Ciudad Obregón y contrata un taxi (te costará unos 1,200 pesos). Rentar un auto sería una opción mucho menos onerosa, pero en los vericuetos de Sonora es muy fácil perderse.

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Digamos que has pensado en el género histórico para tu épica. Álamos es la más norteña de las ciudades coloniales españolas en México. En cuanto a la narrativa que habremos de componer, podríamos empezar con un idilio entre la hija de un cruel barón peninsular de la plata y un muchacho criollo pobre pero noble. O un bandido de capa y espada que llega a robar los lingotes de plata, sólo para que la hija del barón le robe el corazón. Las inundaciones y la epidemia de cólera asolaban a Álamos. Las posibilidades del argumento son interminables.

Si prefieres un melodrama no tan empantanado en el lejano pasado, piensa en Pancho Villa, cuya arremetida trajo un fin temporal a los días de gloria. ¿Se te antoja algo más contemporáneo? Los canadienses son hoy los dueños de las minas de los alrededores de Álamos. Un guión podría presentar un ingeniero de Saskatoon, rubio pero torpe, y una fogosa señorita dispuesta, sin embargo, a derretirse en sus brazos. Acuérdate de que María Félix era hija de Álamos. Su hogar es hoy un hotel y museo.

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Aunque se dice que Villa refrenaba a sus asaltantes, anunciando que algún día regresaría a Álamos jubilado, una vez que se fue dejó tras de sí una ciudad fantasma. Si alguna vez hubo un escenario para una épica elegíaca, ahí lo tienes, podríamos tener el cuento de un hijo malnacido que regresa en busca de su padre, sólo para descubrir que todos aquellos a los que habla no son otra cosa que espectros. ¿Ya ha sido hecho eso? No importa. También Shakespeare copiaba sus argumentos.

Agatha Christie jamás llegó a descubrir Álamos. De haberlo hecho, podría haber escrito realmente un superventas. La ciudad está al final de una estrecha y retorcida carretera de montaña. Si cierras esa entrada no habría modo de salir. Un disparo, un grito, un cuerpo que cae…

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¿Demasiado lúgubre? Tal vez tu vena sea más humorística. Muy bien. Álamos asegura ser la cuna del frijol saltarín mexicano. Eso bastaría para escribir un libro, pero aún hay más. A diferencia de Pancho Villa (al que abatieron a balazos antes de que pudiera realizar su sueño), centenares de norteamericanos han descubierto Álamos y han decidido retirarse allí. Compran mansiones destartaladas y las reparan, abriendo hoteles y restaurantes por docenas.

Primero pensé en un libro en el sentido de “Un año en Provenza”, las aventuras de un inglés que construye en Francia la casa de sus sueños. Pero tanto esos como asuntos parecidos tratan la angustia que acarrea el trato con los nativos. Esta vez, quizá, un chistoso discurso sobre cómo se las barajan los nativos para tratar con los extranjeros y sus raras peticiones. Casi la mitad de los residentes de Álamos trabajan para extranjeros.

Por último, un filme que yo podría titular “Graffitis Mexicanos” se está plasmando en algún rincón de mi cerebelo. Empezó la noche en que varios amigos maduros y yo cenábamos al fresco en la plaza de Álamos y nuestras conversaciones eran interrumpidas por jovencitos que recorrían la plaza en sus bien llamados pickups, con la radio lanzando a todo volumen los ensordecedores ruidos de rock, hip-hop o como quiera que llamen a la música en nuestros días. ¿Se parece eso al canto de un venado en celo? ¿Funciona? Tal vez podrás averiguarlo pronto en un cine cerca de tu casa.


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