
Un espejo de arena en Namibia por Yosel Villanueva, representante de Belize y Park City en México
En medio de Namibia está el desierto de Namib, uno de los más antiguos del planeta. Aquí no se cuentan horas, ni días, sino eras. Sus dunas empezaron a formarse hace más de 5 millones de años, cuando el viento siendo el escultor arrastró la arena desde el río Orange, eran de arena rojiza teñida de hierro oxidado, que parecen olas detenidas en pleno movimiento. Entre ellas se levanta Big Daddy, con una altura de 325 metros de arena que tocan mas que el cielo.
Desde abajo todo se ve increíble, pero cuando das el primer paso entiendes lo que significa estar ahí. La arena es suave y fina, y con cada paso te hundes un poco. Lo que avanzas, lo pierdes. El sol no perdona, el calor sube desde el suelo y no hay sombra ni escape. Al principio piensas que es un reto físico… y lo es. El corazón se acelera, la respiración se hace pesada, el cuerpo pide parar. Cada paso es una lucha interna.
El peso comienza a ser insoportable. No solo el del cuerpo, también el de la mente. Llega un punto donde sientes que no avanzas nada, que el esfuerzo es demasiado. En cada paso escucho la voz interna que me dice: detente, ríndete, nadie te obliga a seguir. Como la vida misma, y ahí empecé a encontrarle el sentido y lo que Big Daddy me estaba enseñando, la duna no es de arena: está hecha de mis miedos, de mis dudas, de todos los “no puedo” que me he creído.
Cada metro conquistado es una guerra interna. Me detengo una y otra vez, respiro y no hay espectadores, no hay competidores, no hay más sonido que el viento rozando el polvo rojo y mi sombra temblando sobre la duna. En esa soledad descubro que Big Daddy no es una montaña de arena: es un espejo. Porque detenerme sería aceptar que mi límite está antes de llegar a la cima.
Después de un buen rato que se sintió eterno, ¡llegué a la cima! Y ahí todo cambia
El esfuerzo, el cansancio, el sudor… de golpe tienen sentido. Desde arriba se ve un mar rojo de dunas extendiéndose hasta donde alcanza la vista. Y abajo, un lugar único en el mundo: Deadvlei. Hace casi 1 mil años fue un lago, pero se secó y quedó un suelo blanco, duro, agrietado, con árboles petrificados que nunca cayeron porque la aridez los conservó. Ahora entiendo cuánto aprendí y que el trayecto se puede llegar a disfrutar igual que la meta cuando encuentra un sentido.
La subida fue un reto, pero la bajada fue pura adrenalina. Un paso y la arena empieza a ceder. Corres, casi vuelas, y la gravedad hace todo. En segundos olvidas el cansancio y lo único que queda es diversión, emoción pura. El desierto, que un momento antes parecía castigarte, ahora te regala la mejor sensación de libertad.
Al llegar al fondo, mientras caminaba entre los árboles de Deadvlei que es como caminar en otro planeta. La experiencia de subir Big Daddy fue enfrentarme, fue escucharme, retarme y viajar dentro de mi.
Cada grano de arena que movi en Big Daddy movió algo dentro de mí. No subí una duna, me encontré a mí mismo.
Lo que amo de viajar:
- Eso que te mueve más por dentro, que en el mapa.
- Eso que te hace cerrar los ojos no para escapar, sino para encontrarte.
- Eso que no cabe en una foto.
- Eso que no se mide en likes.
- Eso que te cambia la voz cuando lo cuentas.
- Eso que te convierte en leyenda, aunque nadie lo sepa… excepto tú.
Yosel Villanueva
Es representante de la oficina de Turismo de Belize y Park City en México.
Estudió Dirección de Arte y Creatividad en Miami Ad School.
Desde muy pequeño siempre estuvo involucrado en este sector y empezó a trabajar a los 16 años, porque el turismo le apasiona.
Ha tomado diplomados de psicología especialmente enfocados a negocios y ventas en la IBERO.