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Quebec, la ciudad de cuento

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Por: Marck Guttman.

Había una vez, en una tierra la verdad no tan lejana, una ciudad amurallada con un castillo en la cima. Era tan pero tan alto que desde sus ventanas se alcanzaba a ver todo el pueblo: sus carruajes tirados por caballos se miraban como hormigas y el reino vecino, al otro lado del río, parecía apenas una maqueta. Durante el invierno, el pueblo completo se vestía de blanco y celebraba con un carnaval helado, y durante el verano, sus plazas principales se convertían en escenarios gigantes en los que la música no dejaba de sonar ni la fiesta parecía terminarse del todo.

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Castillos, murallas, callejones escurridizos, bosques con puentes colgantes y carretas tiradas por caballos suenan como a cuento de hadas, o de perdida, a una ciudad medieval escondida en algún bosque europeo. Pero no hay que ir tan lejos ni dejárselo todo a la fantasía para visitar un lugar que tiene esto y más. Además de presumir el título de Patrimonio de la Humanidad y ser uno de los mejores testigos de arquitectura normanda de este lado del mundo, la vieja Quebec ha sabido incorporar la modernidad sin deshacerse de su esencia o historia.


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