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De Quebec con cariño

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Además de paisajes de postal, una de las ciudades más propositivas del mundo y una colección de sitios considerados Patrimonio de la Humanidad, la provincia de Quebec comparte con el resto del mundo, en presentaciones para llevar, algunas de sus bondades. Quizás la más evidente de todas, y en definitiva la más rica, es el maple. Miel, azúcar, paletitas o, por qué no, donas que también tienen tocino, son las tentadoras embajadoras de Quebec ante el mundo.

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El producto que mejor representa a Canadá tiene su casa en los bosques y jardines traseros de la provincia. Y ninguna de las dos cosas es una exageración. Qué más representativo de Canadá que el escudo de su bandera y cómo hablar de maple y no pensar en Quebec si más del 70 por ciento proviene de sus tierras. Por eso no es raro, mientras se maneja de un pueblo a otro, encontrarse con las famosas cabañas de azúcar: los lugares donde, casi siempre de forma artesanal, se extrae la savia de los arces que después se convierte en lo que conocemos como maple. Y menos raro es, considerando que se necesitan 45 litros de savia para producir un litro de miel de maple y que sólo los árboles que tienen más de 45 años se pueden utilizar, que el paisaje quebequense esté tapizado del árbol más famoso de Canadá. Ese que durante el otoño se pinta de rojo, en verano y primavera brilla de verde y en invierno cede el protagonismo a la novia de Quebec, la nieve.

Eso sí, que el maple sea lo más icónico no significa que sea lo único. A la lista de regalos quebequenses hay que sumar, cuando menos, la reinvención del circo como lo entendemos hoy, gracias a Cirque du Soleil; varios hits en el Billboard, que van desde Celine Dion hasta Arcade Fire, la estética inconfundible de Xavier Dolan en el cine y la sidra de hielo. Y hablando de sidra de hielo, ¿alguien ya probó maridarla con poutine?

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