Es precisamente esa mezcla, con todo lo que ha incorporado de aquí y de allá, la que hace a la provincia tan genuina y auténtica. ¡Y también deliciosa y única! ¿Dónde más se pueden encontrar tan buenos cruasanes caseros como quesos cheddar locales en la misma cuadra? Y con miel de maple, todavía mejor. Aquí el encuentro de culturas resulta en un melting pot que le viene bien a todos. Y con el mejor humor.

Una vuelta por la Plaza de Armas de Montreal basta para entenderlo. En respuesta a la eterna dualidad, la ciudad colocó un par de esculturas que explican, entre risa y sátira, la relación de su gente con el viejo continente. Mientras que una mujer afrancesada acompañada de su french poodle mira al Banco de Montreal, un sistema heredado de los británicos, un hombre ridículamente inglés sostiene a un pug y mira a la basílica, llamada ni más ni menos que Notre Dame.

Y sí, es cierto que al dejar las grandes ciudades y pueblos turísticos comunicarse sin hablar francés puede ser más complicado, pero no hay nada que una sonrisa y un gesto no puedan decir. Al menos no aquí, donde la calidez y hospitalidad son cosa de todos. Con un bonjour y un merci se tiene a Quebec en la palma de la mano, lo mismo a sus vinos que a sus whiskys.

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