fbpx
TOP

Me da miedo decir lo que verdaderamente pienso. No soy tan valiente…

Comparte este contenido

Pero hoy debo y aunque he sido enemigo de opinar de lo que no sé (y como sé poco opino poco) ahora, aún ignorando o carezca de plena autoridad para hablar, siento como un deber expresar algo que me inquieta, que a veces me quita el sueño y frecuentemente me avergüenza.

Hoy, por trigésima vez en 10 días subí los cinco pisos del edificio de Mariano Escobedo 724. El elevador se averió con el temblor y 80 escalones son como el Everest para un holgazán que en sus 73 años de vida ha hecho ejercicio sólo tres veces.

Cada vez que subo agradezco poder hacerlo, también estar vivo, tener una casa en orden y un maravilloso espacio para trabajar. Por otro lado, pienso en los cientos que acabaron aplastados bajo el cascajo por el terrible temblor del 19 de septiembre de este año, así como en los miles que se quedaron virtualmente desnudos despojados de esa casa en la que empeñaron el esfuerzo de su vida.

Pienso en los miles de jóvenes unidos al rescate, motivados por la solidaridad y por el pretexto que la catástrofe nos da para evadir el estudio y las responsabilidades de cada día. Pero recuerdo con más angustia y desesperación en otras catástrofes, menos espectaculares que el temblor pero más terribles, crónicas y silenciosas, que desde la oscuridad cobran mucho más vidas y hunden más a nuestra sociedad enferma…

Me refiero a esa gente asesinada por las bandas del narcotráfico, a las chicas desaparecidas para ser malbaratadas en los burdeles del inframundo, a la desigualdad donde día a día se fermentan más los odios raciales, los rencores entre los ricos y pobres, entre güeritos y morenos, entre los niños bien y los nacos, o incluso entre los de las Lomas y los del Molinito.

Hago alusión también a la desvergüenza de los profesores y autoridades, que han degradado la educación garantizando el rezago académico y mutilando nuestras esperanzas para un mejor futuro. Igualmente hablo del temor y apatía de casi todos los que preferimos escudarnos en el papel de víctimas, de los huracanes, los temblores y las vergonzosas incapacidades y abusos del gobierno.

Estoy convencido que la mayoría hemos sido cómplices de lo que le sucede a este desconcertante país, donde lo absurdo, mágico, milagroso, inverosímil y trágico danzan en un frenético ritual surrealista con las calaveras de Posada hundiendo proyectos y desempeños en el pozo de los fracasos. Nuestro país se ha habituado a la victimización y la excusa, y a este ritmo, ni mil temblores nos harán cambiar para salvarnos.

Por Raúl García-Morineau


Comparte este contenido