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Un mundo sin religiones

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Hace años, en la India, un compañero de viaje me hizo la siguiente reflexión: “Deberían matar a las vacas y comérselas, así acabarían con la desnutrición y el hambre”; y poco después, mirando hacia el Ganges añadió: “Y deberían acabar con esta religión absurda… en realidad, en el mundo deberían acabar con todas las religiones… todas enseñan tonterías, puras mentiras, el mundo sería más sano y justo sin dioses ni curas ni tantos cuentos”… Me quedé callado.

Mientras no intenten convencerme, creo en el respeto a las opiniones de cada quien por descabelladas que me parezcan, especialmente en un tema tan delicado como la religión. Nací católico, estudié toda mi vida en escuelas de sacerdotes, nunca he sido practicante ni un creyente ejemplar y muchas veces he renegado sobre la banalidad e hipocresía de algunos curas y en general de la casta sacerdotal en el mundo. Pero me quedé pensando en el comentario de mi compañero de viaje… “un mundo sin religiones”.

Ahí, aquella mañana a orillas del Ganges, frente a toda esa multitud de plegarias y guirnaldas de “genda” (nuestro cempasúchil), de gente sumergida en el agua hasta la cintura ofreciendo el agua santa del río sagrado como una sencilla ofrenda al Sol y rezando a sus dioses arrobados con los ojos absortos de esperanza y fe, trataba de imaginar ese mundo sin religiones, un mundo de ciencias exactas y matemáticas, pragmático, sin más autoridad moral que la de los jefes de gobierno, por ejemplo el Sr. Trump o el Sr. Peña Nieto y lo determinado por el sistema legislativo.

Un mundo sin religiones donde los villancicos fueran las tablas de multiplicar musicalizadas, donde no existiese la Navidad, ni los Reyes Magos, ni las cantatas de Bach, ni las misas de Mozart, ni los cantos gregorianos, ni el Yom Kippur, ni Zeus, ni Afrodita, ni Osiris, ni la Coyolxauqui y la Coatlicue, ni Shiva, ni Párvati, ni la Biblia, ni el Mahabhárata, ni el Corán.

Un mundo sin esos mitos que han sustentado la imaginación de los pueblos, sin la esperanza en los milagros ni el paliativo de la oración; un mundo aburrido de multifamiliares, escuelas y oficinas de gobierno, sin las pirámides de Egipto, ni Chichén Itzá o Teotihuacan, donde no existiría la Catedral de Reims, ni los vitrales mágicos de Chartres, ni las cúpulas espiraladas de San Basilio en Moscú, ni las extraordinarias sinagogas de Budapest y Timisoara en Rumania, ni San Pedro en Roma, ni la Sixtina, ni el Partenón, ni los templos de Luxor y Karnak y Abu Simbel, ni el Cristo Redentor del Corcovado, ni Elefanta, ni Ellora, ni Angkor, ni Borobudur, ni Khajuraho con sus extraordinarias y sensuales apsarás…

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www.lacasadelviaje.com.mx

Por Raúl García Morineau


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