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El final de un coloso

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En 1983, daba mis primeros pasos como agente de viajes en mi país, me encantaba vender el destino México. A mis 22-23 años, me impresionaba la descripción de Acapulco: “el destino de playa más famoso del mundo”, refugio del Jet Set. Ahí vacacionaba el Sha de Irán, John Wayne, se casó Elizabeth Taylor, Marilyn Monroe pasó su luna de miel; y era frecuentado por Cantinflas, Julio Iglesias, y más.

Tuve suerte, primero, de visitar y luego vivir en México. Testifiqué aquella bonanza en 1994, cuando había muchos restaurantes buenos, discotecas de moda, hoteles con empleados atentos, una policía turística que realmente ayudaba al turista, como bien dicen “una chulada”. Caminabas por la costera junto a gente elegante, muchos extranjeros de todas latitudes y vendedores de tiempo compartido. Había un mercado de artesanías, enorme, bonito y bien surtido, la delicia de turistas y pasajeros de cruceros que no dejaban de llegar.

Cuando Cancún y Los Cabos comenzaban su auge, aún no apreciaban a los mexicanos de clase media, a muchos “les hicieron el feo” y continuaron viniendo a Acapulco pues tenía mejores precios. Y siempre mantuvo una vertiente popular, hoteles bonitos y económicos, donde las familias de clase media y media baja, podían –a buen precio– disfrutar, y el Yate a las casas de los famosos, clavadistas y demás estaban al alcance de todos. La mayoría de las Operadoras de Turismo lo tenían entre sus principales destinos.

Iniciando el siglo XXI comenzó a agrietarse Acapulco. Como tantas cosas, políticos habían hecho su “agosto” por años con los ingresos del destino, y cuando comenzaron a bajar, el asunto continuó. A decir de los locales, un funcionario (aún hoy dirigente activo) tomó el atracadero como coto personal; comenzaron a cobrar hasta $5 mil dólares diarios a los cruceros, más $10 dólares por turista que bajara; los barcos se fueron espaciando y finalmente dejaron de venir. Los restaurantes, bares y servicios subieron sus precios y comenzó la inseguridad que no habían conocido: se fueron pasajeros con mayor poder adquisitivo, los chárter canadienses, italianos y otros cancelaron, lo siguieron las aerolíneas internacionales regulares.

Acapulco se conformó con pasajeros que otros destinos no querían los spring breakers, que en 2010 dejaron también de venir; resonaban en el mundo noticias de asaltos y ejecuciones en el agonizante destino del Jet Set, que dejó de recibir turismo internacional y mucho del doméstico.

Lo visité en 2016, alojado en un hotel que hace 20 años era de los mejores, conserva cierto glamur, aunque sin duda se le veían los años y falta de renovación. Estuve de nuevo apenas hace unos días, hospedado en uno de los hoteles clásicos e hice lo que años atrás: tomé el yate para el recorrido de la bahía, fui a los clavadistas y a comer un pescado en Barra Vieja. Con dolor creí estar presenciando la muerte de un gigante. El hotel, uno de los clásicos, donde sábanas, toallas, amenidades, tuberías y ascensores pedían a gritos una renovación, fue transformado en “Todo Incluido” (probablemente por competir mejor) y aunque se esfuerzan por dar un buen servicio deja mucho que desear, simplemente porque no está construido con vocación all inclusive.

Si bien hay mejores hoteles, todos gritan “estoy viejo”, y los hotelitos más clásicos, aquellos famosos camino a Caleta y la Quebrada están muertos, o dando sus últimos gemidos de agonía. Los taxis son antigüos vochitos y Tsurus, y la mayoría de las casas de los famosos ya están abandonadas porque sus dueños murieron o dejaron de venir, y los nuevos miembros del Jet Set no vienen a la zona dorada de Acapulco.

Me decían los colegas que llegan a venir algunos extranjeros a la zona de Puerto Marqués y Punta Diamante, que es más parecido a los hoteles caros de la Rivera Maya, donde para todo se ocupa salir en coche y estos visitantes no se acercan a la zona dorada.

¿Qué se puede hacer?

Pienso que es posible rescatar Acapulco, con un esfuerzo dirigido por el gobierno, y el apoyo de la empresa privada y demás actores.

  • Acabar con la inseguridad, capacitar a las autoridades, sanear los barrios peligrosos.
  • Limpiar literalmente de grafitis y suciedad, poner basureros por todas partes e incentivar su uso.
  • Ofrecer créditos blandos e incentivos fiscales a los hoteleros para que renueven sus propiedades, a taxistas y operadores para que mejoren sus flotillas, a restaurantes para que renueven sus instalaciones y así con yates panorámicos, miradores, y demás.
  • Presionar e incentivar a las aerolíneas y transportistas para que bajen sus tarifas y mejoren su servicio hacia/desde este destino.
  • Abrir escuelas de cocina, baristas y guías para tener un semillero local.
  • Con todo esto en camino, renovar la publicidad nacional e internacional. Asimismo incentivar a los mayoristas, charteros y cruceros para que regresen o vengan por primera vez a este paraíso con la garantía de seguridad a sus pasajeros y rentabilidad de sus inversiones.
  • Finalmente, una campaña nacional invitando al mexicano a que regrese al Nuevo Acapulco.

Estoy seguro de que es posible porque lo vi ocurrir con South Beach en Miami, donde el refugio de drogadictos (una de las zonas más peligrosas de EE.UU.) se convirtió en la zona más glamorosa con esfuerzos como los recomendados. Sólo falta que los políticos se apliquen y no se quieran hacer ricos en el intento y que vean por el fin mayor de rescatar un destino, sobre los apetitos partidistas y personales.


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