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El Cristo Crucificado de Colmar

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La mesa de madera del bistró “La Petite Venise” en la ciudad alsaciana de Colmar todavía olía a resina. Una linda mesera rubia, disfrazada de muñeca de trapo con su espantoso atuendo típico de la región, me sirvió un vaso de la magnífica cerveza A.K. Damm. Poco después, la misma chica me trajo un plato de “escargots” cuyo olor a ajo y aceite de oliva borró el aroma a pino de la mesa. Mientras los sopeaba, me entretuve mirando el libro, con reproducciones muy detalladas del Altar de Isenheim, el retablo de Matías Grünewald, por el que había yo realizado ese viaje a Colmar.

Las campiñas de Alsacia

Son de las más verdes y bellas regiones salpicadas de pueblos con callecitas empedradas y casonas con armazones de vigas de madera que parecen sacados del cajón de los juguetes. Pero a pesar de lo sorprendente de las ciudades, las aldeas y viñedos de la región, la verdadera razón de mi visita a Alsacia fue ver la pintura de Matías Grünewald. Su desgarrador Cristo Crucificado, tal vez la más expresiva, elocuente y despiadada imagen de Jesús en la Cruz.

Mi mesa en el restaurante estaba en un balcón lleno de geranios, con cisnes, ocas blancas y lanchas de turistas fascinados con la escenografía de las casonas de colores y flores. Casi sentía remordimiento de estar gozando de la cerveza y los escargots en medio del alegre paisaje de cuento alsaciano mientras veía las demoledoras imágenes del libro: sobre un fondo oscuro, se destacaban las manos crispadas de Jesús martirizado, su cuerpo lleno de heridas y espinas, su gesto enmarcado por una corona de diabólicas púas, reflejando el indescriptible dolor y una muerte por asfixia revelada por el color azulado de sus labios. A la izquierda de la cruz, María Magdalena de rodillas con una expresión de dolor y una soberbia cabellera rubia.

Cristo

Ha sido quizá el tema más recurrente de la pintura occidental, desde aquellos austeros íconos bizantinos hasta el Renacimiento y el Barroco. Muchas veces su imagen ha sido edulcorada por artistas menores que han despojado de toda su energía y fuerza a la figura más relevante de nuestra historia.

A lo largo de la historia me han impresionado los cristos de El Greco, realizados en fríos tonos azulados, rosáceos y grises… o el extraordinario Cristo de Velázquez, con una anatomía perfecta sobre fondo negro, tal vez el más sobrio de la historia del arte. Muy notable es el Cristo en el Desierto del Ruso Iván Kramskoi; sin embargo, ninguno tan violento, tan brutalmente expresivo como esa tabla herida y sangrante de Matías Grünewald en Colmar.

Raúl García-Morineau
La Casa del Viaje


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