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Carta acerca de Elefanta

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Por Raúl García-Morineau

Mientras la Metropolitana disfrutaba su desayuno el miércoles 25 de octubre a las 9:30 de la mañana, yo iba rumbo a Atlanta iniciando el trayecto a la India con esa emoción casi angustiosa, no de quién va a conocer por primera vez al país de los cuentos, sino cómo el enamorado se va a encontrar nuevamente con la muchacha a quien ha amado más que a nada durante toda la vida.

Debo confesar que después de 30 horas entre vuelos y aeropuertos, el cuerpo, las ideas, el amor y las emociones llegan a su destino totalmente descoyuntadas como si las hubiesen metido en una licuadora. Luego, el viernes 27, después de mal dormir un rato y desayunar un masala omelet (el equivalente indio de los huevos a la mexicana) abordé un desvencijado ferry blanco hacia la isla de Elefanta para encontrarme con Shiva, el más fascinante y terrible dios del hinduismo.

Elefanta no es el mayor templo dedicado a Shiva, hay en toda la India otros mucho mayores, pero sólo aquí las esculturas hablan con tanta energía y elocuencia sobre la naturaleza humana proyectada en la contradictoria personalidad de la deidad de los cambios; el dios con las piernas y brazos mutilados por los soldados portugueses, que paradójicamente baila sin piernas para mantener el equilibrio del cosmos o para destruir el universo; el dios hundido mil años en la más profunda meditación o el insaciable amante copulando con la sublime Párvati por casi una eternidad… el dios mitad hombre y mitad mujer, la fusión de los contrarios, el entrañable anhelo de todos los seres que fuimos creados incompletos. Elefanta no es sólo un conjunto de extraordinarias esculturas llenas de fuerza y belleza, quizá sin paralelo en toda la India; más que eso, mucho más que el contenido puramente ilustrativo de episodios mitológicos, Elefanta es un retrato del corazón humano con sus temores y anhelos, siempre solo y todo el tiempo hambriento, constantemente a merced de las tempestades de la vida simbolizadas aquí en el mar que rodea la isla, totalmente vulnerable ante sus demonios y delirios.

Durante este paseo, confirmé que si bien el hermosísimo Taj Mahal, la maravilla del mundo, nos cuenta una enternecedora historia de amor, hay otros monumentos en la India, en este caso Elefanta, cuya dimensión metafísica y psicológica alcanza cimas del talento humano mucho más elevadas que el Taj, altísimas cumbres, verdaderos Himalayas de espíritu como el Quijote y la Biblia, la Divina Comedia y Tolstoi o el Mahabhárata y Shakespeare.


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